Rimini, caput viarum

Estando por la Emilia-Romaña italiana resulta difícil no sucumbir a la tentación de viajar hasta San Marino, esa excentricidad de país. La mala fortuna quiso sentar la elección en un día festivo, de modo que cualquiera diría que toda la llanura padana se había echado a la carretera aquella jornada para pasar unas horas en las playas del Adriático. La Autostrada Adriatica se convirtió en una trampa para domingueros, que abarrotaban las zonas de restauración y servicio, y en desesperación para el turista que desea aprovechar el día desde bien temprano en la mañana.

Todo el tiempo perdido en la carretera, que fue mucho, se recuperó luego en la capital sanmarinense. El enclave resultó ser un hipermercado de souvenirs de imanes de frigorífico y réplicas de armas, por lo que, una vez recorridas ritualmente las tres torres en procesión humana, solo faltaba tomarse una pizza y una birra en cualquiera de las terrazas del Monte Titano al borde del precipicio, con sus impresionantes vistas sobre las Marcas, y a otra cosa mariposa. Nos quedaba una tarde entera y la Serenissima Repubblica di San Marino no daba más de sí, por lo que, sin estar previamente programado, nos acercamos a Rímini, a apenas 22 kilómetros, ya en plena costa adriática.

Rímini es una ciudad veraniega de fama internacional, con sus 15 kilómetros de playa y sus múltiples hoteles y restaurantes que la convierten en un centro turístico de primer orden. Pero a su espalda, eclipsado por el bullicio del turismo de masas que se concentra en la arena, a apenas un kilómetro de allí, se ha conservado un casco histórico excepcional que mantiene muy visible el trazado original de la antigua fundación romana.

Rímini es la primera colonia de derecho latino que, con el nombre de Ariminum, fundaron los romanos en el 268 a.C. Era un importante puerto comercial sobre el Adriático en una encrucijada de caminos, conectado con Roma por la vía Flaminia, con Piacenza por la vía Emilia y con Rávena por la vía Popilia. Su carácter de caput viarum explica en parte el desarrollo próspero de esta ciudad.

Plano de Ariminum en una calle de Rímini.

El casco histórico se articula todavía a través del cardo maximus (hoy Via Garibaldi y IV Novembre) y el decumanus (Corso d'Augusto), perfectamente conservados, en cuya intersección se abre el foro (Piazza Tre Martiri). La visita a la Rímini romana podemos comenzarla de forma majestuosa en el arranque del decumanus, donde se iniciaba la via Flaminia. Allí se levanta el Arco de Augusto, quizás el monumento más emblemático de la ciudad. Construido por el senado romano en el año 27 a.C. donde antes se hallaba la Porta Romana, conmemora la restauración de la via Flaminia para mayor gloria de Octavio Augusto. Toda la estructura, revestida en piedra de Istria, está impregnada de un fuerte carácter religioso y propagandístico. Su arquitectura evoca la de un templo, con sus cuatro semicolumnas rematadas dos de ellas por capiteles corintios. Su gran puerta en arco de medio punto recibía a los que llegaban de Roma. En los clípeos en relieve de las enjutas se distinguen las cabezas de Júpiter y Apolo hacia el exterior y Neptuno y Roma hacia el interior. Una estatua del emperador a caballo o sobre una cuádriga coronaba el conjunto (hoy sustituida por una estructura almenada de origen medieval). El arco estaba originalmente inserto en la muralla que rodeaba la ciudad, derribada en los años 30 del siglo XX. Está considerado el arco romano más antiguo de todos los que se conservan.


Arco de Augusto desde el interior.

Detalle desde el interior.

Arco desde el exterior.

Inscripción en el lado exterior.

Una vez pasado el arco y ya en el Corso d'Augusto, tomamos la tercera calle a la derecha (Maurizio Brighenti) que nos lleva hasta los restos del anfiteatro. No están señalizados: al finalizar la calle Brighenti desembocamos en Via Vezia, cuya forma curva (una pista de que nos hallamos en el perímetro ovalado del anfiteatro) hay que seguir hacia la izquierda, dando la vuelta a un monumento que está ahí pero todavía no se ve.  La mayor parte de la superficie del anfiteatro está cubierta por edificios modernos, siendo tan solo visible el extremo noreste. Fue construido entre el 119-138 d.C. Se trataba de un edificio de grandes dimensiones: su eje mayor medía 117,72 metros y el menor 88,08. Su arena 73,76 x 44,52.


Anfiteatro.


Vistas y paneles informativos del anfiteatro (pinchar en las imágenes para verlas más grandes).

Volviendo al Corso d'Augusto, avanzamos hasta la Piazza Tre Martiri, donde se localizaba el foro, corazón de la vida pública y económica. Según han revelado los hallazgos arqueológicos, en la época de Augusto el adoquinado en piedra calcárea (visible en algunos tramos) se extendía por toda la plaza. En sus proximidades se han localizado el teatro y una basílica, de los que no quedan restos visitables. En el foro perdura en la actualidad el recuerdo de Julio César a través de dos símbolos modernos: una estatua de bronce y una lápida de piedra (a la entrada de la via IV Novembre) en el lugar desde el que, según una tradición, el general habría arengado a su propio ejército al día siguiente del paso por el Rubicón.

Estatua moderna de Julio César. En el pedestal puede leerse: "S.P.Q.A./ C. IVLIO CAESARI/ DICT PERPETVO".

Lápida que recuerda la arenga de César tras el paso del Rubicón: "C. CAESAR/ DICT/ RVBICONE/ SVPERATO/ CIVILI BEL/ COMMILIT/ SVOS HIC/ IN FORO AR/ ADLOCVT".

Siguiendo el decumanus hasta salir de la antigua ciudad llegamos al llamado Puente de Tiberio sobre el río Marequia (actualmente el curso ha sido desviado por otro lugar). Fue iniciado por Augusto en el 14 d.C. y finalizado por su sucesor Tiberio en el 21 d.C., como recuerda la inscripción sobre las acitaras interiores. Está construido en piedra de Istria, como el arco de Augusto, con una longitud de más de 70 metros sobre cinco arcadas de medio punto decrecientes que se apoyan sobre pilares macizos con espolones rompeolas, oblicuos con respecto al eje de la calle para minimizar el choque de la corriente. Era el punto de partida de las vías Emilia y Popilia. Se encuentra todavía abierto al tráfico rodado de vehículos.
  Puente de Tiberio.

Una familia pasea por el interior del puente.


Detalles del puente.

Volviendo hacia atrás por el Corso d'Augusto, en el número 235 encontramos el Centro de Visitantes, una sala con una pequeña exposición de materiales arqueológicos y presentaciones multimedia e interactivas. La entrada es gratuita y pueden obtenerse allí folletos muy útiles, como el titulado "Pasear por las antiguas calles romanas" (con calles, en realidad, se refiere a lo que nosotros llamamos vías romanas, una mala traducción), en el que se establecen varios recorridos de un día o medio día por los tramos de las vías próximos a Rímini, con detenimiento en los miliarios, puentes, museos y excavaciones que los jalonan.
 
Parte frontal de un sarcófago de mármol (siglo II d.C.) que se expone en el Centro de Visitantes.

Volviendo al foro, tomamos la Vía Giusseppe Garibaldi hasta su término, donde remata la Porta Montanara. Su construcción se remonta al siglo I a.C. y se introduce en un programa de reorganización del sistema defensivo de la ciudad atribuido a Sila. Su arco de medio punto, construido en bloques de roca arenisca, constituía una de las dos aperturas de la puerta que permitía el acceso a la ciudad para aquellos que llegaban por la vía Arretina, que recorría el valle del Marequia.
  Puerta Montanara.

Una mala planificación del viaje (Rímini necesita más de una tarde, por muy larga que sea, para disfrutarla con detenimiento) nos impidió visitar la Casa del Cirujano, en la Plaza Ferrari, situada en una zona arqueológica con más de 700 metros cuadrados convertida en museo. Se trata de una domus en la que se ha encontrado un extraordinario ajuar con más de 150 instrumentos quirúrgicos y un espléndido mosaico policromado con Orfeo en el centro. Tampoco pudimos acceder al Museo de la Ciudad (via L. Tonini, 1), donde puede recorrerse su sección arqueológica, que traza el perfil de Ariminum desde la fundación de la colonia hasta el fin de la romanidad. Quedan pendientes, pues, para un próximo viaje.

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