La aventura siciliana. 1/ Teatros

"Aquí está la clave de todo", dicen que dijo Goethe sobre Sicilia. Y allí está, en efecto, desde la morada de los dioses y de los cíclopes hasta el recuerdo imborrable de los jueces Falcone y Borsellino, y -entre ambos destellos- la historia completa no sólo de Italia, sino de toda Europa. La visita a Sicilia compone un viaje intenso y agotador. Templos y teatros griegos de Segesta y Agrigento, divinos en todos los sentidos, impresionantes catedrales barrocas de Monreale o Cefalú, paisajes maravillosos de una costa virgen y hasta el amenazador Etna siempre en erupción. He conducido 1.500 kilómetros, la vuelta completa a la isla, pasando por ciudades tan inquietantes como Palermo o Catania, donde dicen que el tráfico es un infierno, aunque mi experiencia ha sido otra. Hemos sufrido 47º de temperatura en la bella Siracusa, donde la plaza de la catedral tiene forma de ojo (el de Santa Lucía y el de Atenea, pues la catedral está levantada sobre un templo de Minerva obrando el milagro de su conservación) y hemos sentido el placer de sumergirnos en la historia del recinto sagrado de Selinunte, donde los arqueólogos han descubierto y puesto en pie los templos pero no han sido capaces de identificar los dioses a los que estaban consagrados. Y en una terraza de la alta Taormina, mientras el sol se ponía allá a lo lejos, disfrutamos de un riquísimo helado de pistacho, especialidad de la isla. Y luego, ya de vuelta, el alma regresa cargada de imágenes y de claves.

El primer teatro del recorrido es el de Segesta, ciudad fundada por Eneas, según Virgilio, al noroeste de la isla. Como casi todo en Sicilia, es de origen griego, pero reformado por los romanos, a los que se debe su configuración actual. Enclavado en el monte Bárbaro, hoy en mitad de la nada, fue construido en la segunda mitad del siglo III a.C., con una cávea de 63 metros de diámetro y capacidad para unos 3.000 espectadores. No se conserva prácticamente nada de la escena, aunque el graderío se encuentra en muy buen estado, hasta el punto de que en verano se realizan allí representaciones teatrales de obras clásicas. Pero lo que más llama la atención del conjunto resulta ser, paradójicamente, lo que está fuera de él: las espectaculares vistas desde las gradas alcanzan a todo el valle, las colinas que lo rodean y el mar Tirreno al fondo.


Vistas desde el teatro de Segesta.

Detalle de la cávea del teatro de Segesta.

Casi en el otro extremo de la isla desembarcamos en la capital de la Magna Crecia y patria de Arquímedes. El teatro de Siracusa se construyó en el siglo V a.C. y allí se estrenaron Los Persas de Esquilo. Luego, como todo en Sicilia, sufrió modificaciones en la época romana. Está excavado en buena parte directamente en la roca de la colina de Temenite y su cávea mide 138 metros de diámetro, siendo así uno de los mayores del mundo grecorromano. De sus 67 filas solo se han conservado 46, mientras que de la escena apenas quedan unos escasos restos, pues durante la época de Carlos V se utilizaron sus piedras para las fortificaciones de Ortigia, la isla que contiene el actual casco histórico de Siracusa.

Enfrente de la entrada al teatro se conservan restos del Ara de Gerón, un enorme altar de 198 metros de longitud levantado por Gerón II para los sacrificios que la ciudad ofrecía a Júpiter Eleuterius. En el mismo recinto arqueológico del teatro se encuentra también el anfiteatro, obra del siglo II o III d.C.

Vista general del teatro de Siracusa.

Vista del teatro desde la escena.

Detalle de la orchestra.

Ruinas del altar de Gerón.

Anfiteatro de Siracusa.

La grandeza del teatro de Taormina, como la de tantos otros, está fuera del recinto. Pero esta ilusión alcanza aquí proporciones mayúsculas. Las vistas desde la summa cavea, que tanto impresionaran a Goethe, resultan irrepetibles: a un lado, el azul turquesa de la bahía y la costa caprichosa hasta Naxos, Catania y quizás Siracusa; al fondo, la espectacular mole del Etna, siempre en erupción. Un panorama que produce, a la vez, un gran efecto escenográfico. Según es norma en Sicilia, el teatro actual de Taormina presenta la reedificación romana de la época imperial sobre el antiguo teatro helenístico, que, con sus 109 metros de diámetro, es el segundo mayor de la isla. Durante la época severiana, la orchestra fue transformada en arena (rodeada de un muro para la protección de los espectadores) a fin de posibilitar allí el espectáculo de luchas de gladiadores. La escena, hoy una reconstrucción decimonónica, tuvo originalmente, al parecer, un doble orden de columnas, algunas de las cuales se conservan fragmentadas en la parte posterior. Actualmente está preparado para representaciones teatrales y conciertos, por lo que la tarima del escenario cubre el foso del anfiteatro severo.
 
Vistas sobre la bahía desde el teatro de Taormina.


La escena actual del teatro.


Vista sobre la cavea, excavada en parte sobre el monte Tauro.


Al fondo, el Etna, siempre humeante.

El último teatro de mi recorrido siciliano fue el de Tyndaris, ya en la costa norte, frente a las islas Lipari. Es obra griega del siglo IV a.C. y se levanta sobre la pendiente de la colina con espectaculares vistas sobre el golfo di Patti, reforzando así su sentido de la teatralidad. En época imperial romana la orquestra fue adaptada también para los espectáculos de gladiadores y luchas con fieras. La cavea tiene un diámetro de 76 metros y capacidad para unos 3.000 espectadores. La escena estaba decorada con tres filas de estatuas y columnas dóricas, según muestra la maqueta presentada en el Museo. El teatro se encuentra actualmente en un recinto arqueológico que incluye también murallas, una basílica, unas termas con mosaicos, una insula y un museo.


Arco de acceso al teatro de Tindari.


Vista de la cavea desde el proscenio.


Vista del proscenio desde la cavea.


Cartel (2011) del Festival "Teatro dei due Mari" que se celebra cada verano en Tindari. 

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